EL TRIÁNGULO ESCALENO
La noche. La luna rodeada de un halo de colores. La ciudad iluminada ofrece a lo lejos todo un espectáculo esplendoroso, casi pirotécnico. Adela lleva un rato asomada al balcón, recreándose en las vistas y en su soledad. Siente frío y pasa al interior de su hogar, donde la chimenea arde en una mezcla de destellos de fuego.
El silencio se apodera de la casa en cuanto cierra la ventana de la terraza, se hace eco dentro de ella y por unos instantes se le cae la casa encima. Lleva demasiado tiempo luchando consigo misma, a traición, sin saber qué dirección tomar. Se siente tan perdida
Le apetece una infusión y entra en la cocina a prepararla. Coloca una taza con agua en el microondas y acciona el aparato, observa con detenimiento la rotación lenta de la porcelana mientras se calienta el agua. Un pitido agudo le advierte del final del tiempo programado. El líquido ya está caliente. Añade una bolsita de menta y dos cucharadas de azúcar y se dirige de nuevo al salón, acomodándose en el sofá, frente a la chimenea. Se descalza y adopta una postura cómoda mientras clava su mirada en el fuego que arde.
La soledad invita al pensamiento a darse la mano. En otro momento, habría llamado a Manuel y ahora estaría con él, al calor de ese fuego cálido, al abrazo de ese cuerpo tan suyo. Manuel, otra vez Manuel, siempre Manuel. Se incorpora un poco y acerca las manos a la chimenea, intenta desviar su pensamiento a otro lado pero no lo consigue. Desde que Manuel se marchó, desde que no sabe nada de él, los días se hacen largos.
Adela pensaba que apartarlo de su vida sería lo mejor, pero se equivocó de nuevo, aunque nunca sea capaz de admitir su error. No está dispuesta a reconocer que no supo dar ese paso maldito hacia lo desconocido. Creía a ciencia cierta que el no verlo, le devolvería la paz y la estabilidad, nada más lejos de ello.
Vuelve a recostarse a su postura original y cierra los ojos. Respira hondo y suelta el aire poco a poco. Lentamente aparecen las imágenes, los mismos recuerdos de siempre, magnificados por su fantasía, por ese pensamiento que los evoca inconscientemente día a día para no arrinconarlos. Se deja llevar por ellos al tiempo que introduce las manos bajo su camisa y se toca los pezones que se yerguen al momento. A ellos, la caricia les parece ajena, conocida y suave. Y pasea por su mente la respiración ahogada de Manuel mientras roza levemente sus pechos, sus labios se recrean en su cuello y su cuerpo reposa suavemente en su cuerpo, mojado y caliente, ávido de deseo. La imagen es casi real, como un holograma. Puede oír su voz, notar su presencia, olerlo... Comienza a besarse los dedos como si besara los labios de él, su respiración se acelera, abre un poco las piernas mientras sus dedos avanzan
Oye la puerta abrirse y se levanta muy rápido, sobresaltada. Su marido la saluda desde el pasillo.
-Cariño, ¿qué haces aquí?-avanza hacia él con paso rápido, aturdida.
-Ya ves, quería darte una sorpresa ¿Cómo estás?- Se inclina a besarla con una dulzura que se va convirtiendo en pasión. Tira el maletín en el suelo y comienza a desnudarla.-Te he echado de menos Todo el camino venía pensando en ti, en llegar para verte. Qué bonita estás
Adela lleva puesta una camiseta de tirantes y un pantalón de pijama a cuadros, de franela. No hay mucho que quitar, no lleva ropa interior.
Su piel brilla por el reflejo del fuego, su pelo alborotado le cae en los ojos, sus labios besan otros labios Hacen el amor improvisando las caricias que surgen espontáneas sin pensar, devorándose con los labios, las manos, sin hablar, ni la más mínima palabra, sólo sintiendo la piel.
Ella reconoce esa forma de amar, tiene la sensación de que no es a Luis a quien se entrega en ese momento de los dos. En su mente se está acostando con Manuel. Por un momento quiere parar, pero es tan real el sentimiento que continúa con su fantasía. Las mismas sensaciones, el mismo olor, la misma piel, el mismo pecho, el poder de la mente. No abre los ojos en ningún momento, no quiere salir de esa especie de trance extraño que le brinda su fantasía. Sólo cuando Luis le dice Te quiero, la alucinación termina precipitadamente: Manuel no dijo nunca te quiero.
Luis la mira y observa su expresión, el cambio de actitud de ella, como si le hubiesen derramado un jarro de agua fría por la espalda. La conoce de sobra para saber más allá de los sentidos y le asalta el miedo, como un sobrecogimiento que le sube ardiendo por el estómago, atravesándole, rompiéndole en dos.
-Adela, dime la verdad. No me niegues ahora lo que estás pensando, por favor -le sujeta la cara entre sus manos implorando una respuesta.
Adela levanta la mirada y se encuentra con los ojos azules de su marido, impacientes. Piensa muy rápido que, si le dice la verdad todo estará acabado, pero
Las lágrimas se le derraman sin avisar por las mejillas, le tiembla la barbilla, le duele la vida. La mirada de Luis la desnuda por encima de lo físico y se siente más desnuda que nunca, desesperada y desnuda.
-¡Eh! No llores-La voz de su marido la envuelve en caricias- ¿Qué te pasa? Cuéntamelo, mi vida. Dime la verdad, quiero escucharla, necesito escucharla. Sé que te pasa algo, te conozco. No es de hoy, lo sé, desde hace ya tiempo, sé que algo te falta dentro de ti
Luis no se atreve a preguntar directamente por si se encuentra con la respuesta que no quiere oír, que casi da por real, pero que no quiere saber. Como el enfermo terminal que sospecha y trata de desviar la realidad y por lo tanto, no pregunta, prefiere no saber lo que ya conoce de sobra y se engaña con la esperanza de que todo se pueda solucionar con el tiempo, enmascarando la certeza disfrazada de silencio.
Prefiere escoger esa ignorancia camuflada que duele pero no hiere, al menos, no deja marca. Elige seguir estirando ese tiempo maravilloso que se acaba, ese sueño que comenzó un día hace ya tantos años y del que no quiere despertar.
Pero ahora, ante él le espera la realidad, la pesadilla que tanto temió-lo que en el fondo- lleva esperando todo este tiempo sin atreverse a afrontar. Alguna vez tendría que enfrentarse a su inseguridad, a la incertidumbre, mirar cara a cara el presente que se resume claramente en los ojos de su mujer, tristes y vacíos, ahogados en lágrimas.
Había intentado por todos los medios arreglar su relación, la quiere, la quiso desde siempre y nada ha cambiado en él, pero sí hay cambios en ella, en esa mujer que ahora se muestra indefensa y derrotada, bebiendo sus lágrimas intentando en vano aliviar su dolor. Siente cómo todo se derrumba a su alrededor, cómo la habitación se le viene encima con todo su peso, cómo el aire que entra con dificultad en sus pulmones se hace cada vez más espeso, impidiéndole respirar.
-No has hecho el amor conmigo ¿verdad?-Su voz suena sin energía, casi musitando, arrepintiéndose al segundo de haber formulado la pregunta porque ya conoce la repuesta.
Adela no contesta, no hace falta. Sus ojos lo dicen todo. Esos ojos por los que no dejan de caer lágrimas, una tras otra Luis capta el mensaje y se muere un poco por dentro.
-Necesito respirar. Déjame salir de aquí. Necesito aire, por favor -Adela se deshace de los brazos de su marido que en ese instante le parecen cadenas y se levanta agobiada, como si de verdad le faltara el aire, cubre su cuerpo desnudo con lo primero que encuentra a su paso, la manta del sofá, sintiéndose extraña con su desnudez y se dirige a la terraza.
Luis se echa las manos a la cabeza mientras la ve salir. La está perdiendo. Se le va de su vida cada vez un poco más, sin poder hacer nada. Sale tras ella en un impulso de evitar lo inevitable.
Adela está apoyada en la barandilla acurrucada en la manta, sigue llorando sin hacer ruido.
-¿Qué puedo hacer, cariño? Dime qué es lo que quieres -la voz de Luis se le clava en la espalda
Adela se vuelve hacia él con los ojos hinchados. Apenas le sale la voz del cuerpo para decirle:
-Quiero que todo vuelva a ser como antes
Luis la mira una vez más y tiene la certeza absoluta de que nada volverá a ser como antes. Siempre habrá un antes y un después y no podrá vivir con eso. La quiere demasiado para no hacerla feliz. El temor a perderla se hace palpable en ese momento, incluso se plantea si alguna vez la tuvo y eso le hace hundirse un poco más.
Su vida pasa ante él de forma veloz: situaciones, sentimientos y mil sensaciones placenteras acaban de pasarle por delante y no es capaz de quedarse con nada bueno. La existencia que él conoce y que le hace sentir bien se le desparrama entre los dedos. Ese momento temible ha llegado. Es inútil ya dilatar más una falsa felicidad, un fantaseado bienestar.
Luis estrecha entre sus brazos a su mujer. Le acaricia el pelo, le recoge una lágrima . Se da media vuelta y sale de la terraza.
Al cabo de un momento Adela oye cómo se cierra la puerta de la entrada y se inunda de soledad.
Luis No va tras él. No puede. Se deja caer sentada en el suelo frío y con la cabeza entre las piernas ve también el final de su vida, al menos de la vida con su marido, sintiéndose incapaz de hacer nada, tan sólo llorar, iluminada por la luna, esa luna tan blanca, rodeada de un halo de colores, que proyecta su sombra delgada y temblorosa en el suelo de barro, confundiéndola con la noche.
Al cabo de un rato, vuelve a entrar en la casa. El fuego se ha apagado.
Encima de la mesa, la taza de menta ya fría. Sobre el sofá restos de un amor desecho. Y en Adela En Adela ya no queda nada.
El silencio se apodera de la casa en cuanto cierra la ventana de la terraza, se hace eco dentro de ella y por unos instantes se le cae la casa encima. Lleva demasiado tiempo luchando consigo misma, a traición, sin saber qué dirección tomar. Se siente tan perdida
Le apetece una infusión y entra en la cocina a prepararla. Coloca una taza con agua en el microondas y acciona el aparato, observa con detenimiento la rotación lenta de la porcelana mientras se calienta el agua. Un pitido agudo le advierte del final del tiempo programado. El líquido ya está caliente. Añade una bolsita de menta y dos cucharadas de azúcar y se dirige de nuevo al salón, acomodándose en el sofá, frente a la chimenea. Se descalza y adopta una postura cómoda mientras clava su mirada en el fuego que arde.
La soledad invita al pensamiento a darse la mano. En otro momento, habría llamado a Manuel y ahora estaría con él, al calor de ese fuego cálido, al abrazo de ese cuerpo tan suyo. Manuel, otra vez Manuel, siempre Manuel. Se incorpora un poco y acerca las manos a la chimenea, intenta desviar su pensamiento a otro lado pero no lo consigue. Desde que Manuel se marchó, desde que no sabe nada de él, los días se hacen largos.
Adela pensaba que apartarlo de su vida sería lo mejor, pero se equivocó de nuevo, aunque nunca sea capaz de admitir su error. No está dispuesta a reconocer que no supo dar ese paso maldito hacia lo desconocido. Creía a ciencia cierta que el no verlo, le devolvería la paz y la estabilidad, nada más lejos de ello.
Vuelve a recostarse a su postura original y cierra los ojos. Respira hondo y suelta el aire poco a poco. Lentamente aparecen las imágenes, los mismos recuerdos de siempre, magnificados por su fantasía, por ese pensamiento que los evoca inconscientemente día a día para no arrinconarlos. Se deja llevar por ellos al tiempo que introduce las manos bajo su camisa y se toca los pezones que se yerguen al momento. A ellos, la caricia les parece ajena, conocida y suave. Y pasea por su mente la respiración ahogada de Manuel mientras roza levemente sus pechos, sus labios se recrean en su cuello y su cuerpo reposa suavemente en su cuerpo, mojado y caliente, ávido de deseo. La imagen es casi real, como un holograma. Puede oír su voz, notar su presencia, olerlo... Comienza a besarse los dedos como si besara los labios de él, su respiración se acelera, abre un poco las piernas mientras sus dedos avanzan
Oye la puerta abrirse y se levanta muy rápido, sobresaltada. Su marido la saluda desde el pasillo.
-Cariño, ¿qué haces aquí?-avanza hacia él con paso rápido, aturdida.
-Ya ves, quería darte una sorpresa ¿Cómo estás?- Se inclina a besarla con una dulzura que se va convirtiendo en pasión. Tira el maletín en el suelo y comienza a desnudarla.-Te he echado de menos Todo el camino venía pensando en ti, en llegar para verte. Qué bonita estás
Adela lleva puesta una camiseta de tirantes y un pantalón de pijama a cuadros, de franela. No hay mucho que quitar, no lleva ropa interior.
Su piel brilla por el reflejo del fuego, su pelo alborotado le cae en los ojos, sus labios besan otros labios Hacen el amor improvisando las caricias que surgen espontáneas sin pensar, devorándose con los labios, las manos, sin hablar, ni la más mínima palabra, sólo sintiendo la piel.
Ella reconoce esa forma de amar, tiene la sensación de que no es a Luis a quien se entrega en ese momento de los dos. En su mente se está acostando con Manuel. Por un momento quiere parar, pero es tan real el sentimiento que continúa con su fantasía. Las mismas sensaciones, el mismo olor, la misma piel, el mismo pecho, el poder de la mente. No abre los ojos en ningún momento, no quiere salir de esa especie de trance extraño que le brinda su fantasía. Sólo cuando Luis le dice Te quiero, la alucinación termina precipitadamente: Manuel no dijo nunca te quiero.
Luis la mira y observa su expresión, el cambio de actitud de ella, como si le hubiesen derramado un jarro de agua fría por la espalda. La conoce de sobra para saber más allá de los sentidos y le asalta el miedo, como un sobrecogimiento que le sube ardiendo por el estómago, atravesándole, rompiéndole en dos.
-Adela, dime la verdad. No me niegues ahora lo que estás pensando, por favor -le sujeta la cara entre sus manos implorando una respuesta.
Adela levanta la mirada y se encuentra con los ojos azules de su marido, impacientes. Piensa muy rápido que, si le dice la verdad todo estará acabado, pero
Las lágrimas se le derraman sin avisar por las mejillas, le tiembla la barbilla, le duele la vida. La mirada de Luis la desnuda por encima de lo físico y se siente más desnuda que nunca, desesperada y desnuda.
-¡Eh! No llores-La voz de su marido la envuelve en caricias- ¿Qué te pasa? Cuéntamelo, mi vida. Dime la verdad, quiero escucharla, necesito escucharla. Sé que te pasa algo, te conozco. No es de hoy, lo sé, desde hace ya tiempo, sé que algo te falta dentro de ti
Luis no se atreve a preguntar directamente por si se encuentra con la respuesta que no quiere oír, que casi da por real, pero que no quiere saber. Como el enfermo terminal que sospecha y trata de desviar la realidad y por lo tanto, no pregunta, prefiere no saber lo que ya conoce de sobra y se engaña con la esperanza de que todo se pueda solucionar con el tiempo, enmascarando la certeza disfrazada de silencio.
Prefiere escoger esa ignorancia camuflada que duele pero no hiere, al menos, no deja marca. Elige seguir estirando ese tiempo maravilloso que se acaba, ese sueño que comenzó un día hace ya tantos años y del que no quiere despertar.
Pero ahora, ante él le espera la realidad, la pesadilla que tanto temió-lo que en el fondo- lleva esperando todo este tiempo sin atreverse a afrontar. Alguna vez tendría que enfrentarse a su inseguridad, a la incertidumbre, mirar cara a cara el presente que se resume claramente en los ojos de su mujer, tristes y vacíos, ahogados en lágrimas.
Había intentado por todos los medios arreglar su relación, la quiere, la quiso desde siempre y nada ha cambiado en él, pero sí hay cambios en ella, en esa mujer que ahora se muestra indefensa y derrotada, bebiendo sus lágrimas intentando en vano aliviar su dolor. Siente cómo todo se derrumba a su alrededor, cómo la habitación se le viene encima con todo su peso, cómo el aire que entra con dificultad en sus pulmones se hace cada vez más espeso, impidiéndole respirar.
-No has hecho el amor conmigo ¿verdad?-Su voz suena sin energía, casi musitando, arrepintiéndose al segundo de haber formulado la pregunta porque ya conoce la repuesta.
Adela no contesta, no hace falta. Sus ojos lo dicen todo. Esos ojos por los que no dejan de caer lágrimas, una tras otra Luis capta el mensaje y se muere un poco por dentro.
-Necesito respirar. Déjame salir de aquí. Necesito aire, por favor -Adela se deshace de los brazos de su marido que en ese instante le parecen cadenas y se levanta agobiada, como si de verdad le faltara el aire, cubre su cuerpo desnudo con lo primero que encuentra a su paso, la manta del sofá, sintiéndose extraña con su desnudez y se dirige a la terraza.
Luis se echa las manos a la cabeza mientras la ve salir. La está perdiendo. Se le va de su vida cada vez un poco más, sin poder hacer nada. Sale tras ella en un impulso de evitar lo inevitable.
Adela está apoyada en la barandilla acurrucada en la manta, sigue llorando sin hacer ruido.
-¿Qué puedo hacer, cariño? Dime qué es lo que quieres -la voz de Luis se le clava en la espalda
Adela se vuelve hacia él con los ojos hinchados. Apenas le sale la voz del cuerpo para decirle:
-Quiero que todo vuelva a ser como antes
Luis la mira una vez más y tiene la certeza absoluta de que nada volverá a ser como antes. Siempre habrá un antes y un después y no podrá vivir con eso. La quiere demasiado para no hacerla feliz. El temor a perderla se hace palpable en ese momento, incluso se plantea si alguna vez la tuvo y eso le hace hundirse un poco más.
Su vida pasa ante él de forma veloz: situaciones, sentimientos y mil sensaciones placenteras acaban de pasarle por delante y no es capaz de quedarse con nada bueno. La existencia que él conoce y que le hace sentir bien se le desparrama entre los dedos. Ese momento temible ha llegado. Es inútil ya dilatar más una falsa felicidad, un fantaseado bienestar.
Luis estrecha entre sus brazos a su mujer. Le acaricia el pelo, le recoge una lágrima . Se da media vuelta y sale de la terraza.
Al cabo de un momento Adela oye cómo se cierra la puerta de la entrada y se inunda de soledad.
Luis No va tras él. No puede. Se deja caer sentada en el suelo frío y con la cabeza entre las piernas ve también el final de su vida, al menos de la vida con su marido, sintiéndose incapaz de hacer nada, tan sólo llorar, iluminada por la luna, esa luna tan blanca, rodeada de un halo de colores, que proyecta su sombra delgada y temblorosa en el suelo de barro, confundiéndola con la noche.
Al cabo de un rato, vuelve a entrar en la casa. El fuego se ha apagado.
Encima de la mesa, la taza de menta ya fría. Sobre el sofá restos de un amor desecho. Y en Adela En Adela ya no queda nada.
11 comentarios
pokito -
salud
Cerro -
NOFRET -
Un placer leerlo.
Besos
white -
Merche -
MalSapo, hay un desarrollo anterior y posterior a esta historia, lo que pasa es que es demasiado largo para ponerlo por aquí, aunque lo mismo un dia lo adapto y lo cuelgo.
Besos para todos.
MalSapo -
Goreño -
perseida -
Enhorabuena, un texto genial.
Besos, apretaos wapa.
Bernal -
Es muy bueno, un abrazo.
Pablo -
Ya sabes que me gusta, merche. Por cierto, buen título.
Octavia -
Me ha encantado.